En 1698 un misterioso prisionero ingresó en la prisión parisina de La Bastilla, oculto su rostro tras una máscara. Falleció en 1703. Hasta aquí, la historia. Más allá, la leyenda. Leyenda que imaginó a un malvado Luis XIV que mantenía a su hermano gemelo encarcelado. Así evitaba que le disputara el trono.
El relato de Randall Wallace (guionista oscarizado por Braveheart, que debuta en la dirección) combina elementos de Alejandro Dumas con otros novedosos. Presenta a Luis XIV caprichoso, cruel y mujeriego, reverso de Philippe, su hermano gemelo, que conserva una inocencia no estropeada por los años de reclusión. Leonardo DiCaprio hace el doble papel con increíble soltura. No le ha hecho mella la posible esquizofrenia de encarnar a la vez a un héroe y a un villano.
Los cuatro mosqueteros que sirven al rey tienen una edad, notan el paso de los años. Estos personajes crepusculares recuerdan a la Robin y Marian, donde Sean Connery encarnaba a un Robin Hood con canas. Tienen sus manías, achaques y secretos. Como dice Wallace, "no están en su mejor momento. Les embarga el desencanto y el cinismo, y les agobian sus problemas personales. Pero sienten el impulso de volver a la pasión por el honor". En la tradición de las aventuras de capa y espada, abunda la acción. Magnífica la carga final de los mosqueteros en defensa de su verdadero rey, y la emocionante escena del baile. E imponente el marco de los auténticos castillos franceses de Fontainebleau, Vaux-Le Vicomte y Manoir du Logis.
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