La Oscarizada Katryn Bigelow, prestigiosa realizadora que gusta mucho de hacer películas bélicas, ambienta su film en las salas, camarotes y estrechos pasillos de un submarino soviético de 1961, o sea en una localización claustrofóbica, que, a falta de mayor dinamismo, adquiere un tono cuasi-documental, y una lograda atmósfera densa.
La exposición del accidente nuclear de un submarino soviético en aguas territoriales de los EE.UU. que pudo desencadenar una crisis internacional de similares proporciones a la de los misiles de Cuba (hecho real, por cierto), hace que la película tarde un poco en arrancar hasta en su 2da mitad, cuando mejora notablemente al hacerse por fin inteligible el problema del reactor nuclear del submarino. Los medios que se intentan poner en práctica para repararlo y las consecuencias que de no poder hacerlo les sobrevendrían tanto a ellos como a la paz mundial.
El film obvia exponer el contexto político, centrándose en el sacrificio de una tripulación puesta en la situación de elegir entre sus vidas y la paz del mundo, y en el duelo personal del comandante del submarino puesto a dedo por la flota soviética (Harrison Ford, demostrando que es un buen actor), cuya intolerancia y perfeccionismo lleva la crisis al límite con el anterior comandante (un pasional Liam Neeson), recientemente degradado a 2do al mando por su excesiva humanidad y empatía con la tropa. Dicho duelo, en el que se basa casi todo el aspecto humano del argumento, resulta atrapante.
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